lunes, 13 de enero de 2014

La Escuelita Zapatista desde La Realidad

Quise ir a la Escuelita Zapatista por curiosidad. Por ver con mis propios ojos si lo que se decía en la tele o lo que dice la gente cuando habla del zapatismo es cierto. Y lo hice, nadie me lo contó, no lo escuché por ahí. Fui, además, como casi todos mis compañeros de esta segunda vuelta, con ojos cerrados.

Pides invitación, te la mandan si corres con suerte (de acuerdo al cupo de cada curso), luego te llega vía email un formato de registro que llenas para poder recibir un código y acudes al CIDECI (Universidad de la Tierra) en San Cristobal de las Casas en las fechas indicadas para ser enviado a un Caracol que desconoces hasta que te es asignado al llegar a CIDECI. Del DF a San Cristobal es posible llegar en autobús tras un viaje de unas 13 horas por OCC. Así lo hice y de inmediato tomé un taxi a la institución antes mencionada. Éramos divididos por nuestra procedencia: DF y Edomex, Estados e Internacional.

-Muy bien, Dana. A ti te toca la Realidad.

Y no pude menos que sonreír. Qué nombre tan fuerte para una experiencia como ésta. Son cinco los Caracoles que albergan a las JBG (Juntas de Buen Gobierno): La Realidad, Oventik, La Garrucha, Morelia y Roberto Barrios. Éstos, a su vez, albergan a cierto número de MAREZ (Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas) y cada municipio tiene también comunidades.

Me fue entregado un gafete con mi nombre (después de revisar que en efecto, era yo la de la invitación y la de la foto de IFE) y un paquete de libros de texto sobre el curso “La Libertad Según Los y Las Zapatistas) y pagué mi cuota voluntaria de 380 pesos. Salí del aula de asignaciones, me formé junto con gente que iba, como yo, a La Realidad y en media hora estábamos ya en camino al Caracol, ubicado en la Selva Lacandona, a unas cuantas horas de la frontera con Guatemala.

Camino al Caracol la Realidad en caravana desde San Cristobal
Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones

Debido a que desconocía qué Caracol me tocaría, cargué con ropa para frío y calor. Y, afortunadamente y tras un viaje de 8 horas desde San Cristobal hasta La Realidad, pasé Noche Buena en el clima templado del invierno selvático. Me esperaba una fila para corroborar mi identidad al llegar al Caracol y una sesión plenaria. El contenido político e ideológico de esta ceremonia hizo que, cuando cantamos el Himno Nacional Mexicano, se me enchinara la piel. En ese momento estuve segura de estar haciendo lo correcto: quiero ver con mis propios ojos qué es y qué hacen los zapatistas. Quiero verlo y vivirlo, más allá de lo que dicen detractores y fans from hell. Las fotos no están permitidas pero, a pesar de las peticiones, no faltó quien tomara hasta video. Después, nos fueron asignados a los casi 300 alumnos asistentes a La Realidad un guardián o guardiana que serían responsables de nosotros en los próximos 5 días y responderían a todas nuestras dudas sobre la temática del curso. Miré toda la sesión con los ojos más curiosos. Estaba viviendo algo que jamás hubiera imaginado vivir: la amable bienvenida con palabras como “libertad” y “democracia”, la cálida noche de la selva, los murales de colores plasmados en los edificios del Caracol, sus acentos al hablar que denotan que el español no es su lengua madre, sus ojos asomándose detrás de los pasamontañas, los colores de los vestidos típicos de las mujeres, los bebés que observaban curiosos desde los rebozos en las espaldas de sus madres mamando de sus pechos, éstas sin ningún pudor y los infantes completamente apoderados de su alimento, bebiendo cómo y a la hora que les daba la gana. Todo me resultaba nuevo y vibrante y lo observé con ojos muy abiertos.

Sesiones plenarias en Caracol La Realidad. Escuelita Zapatista, diciembre 2013.
Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones.


Esa noche, después de tantas horas de viaje tuvimos una plenaria muy larga de asignación de guardianes (con los días aprendería que el tiempo para los zapatistas va de manera diferente para nosotros “los de ciudad”). Nuestro guardián o guardiana en ese momento nos guiaba a donde pasaríamos la noche: alguno de los cuartos con plancha de cemento y techo de lámina del Caracol. Marisela, mi guardiana, desde ese momento no se separaría de mí; me indicó que debía colocar mis cosas en algún espacio desocupado en el piso y procedió a colocar su “nylon” (así le dicen ellos a cualquier tipo de plástico que usan para guarecerse de la lluvia o dormir en el piso). Marisela y yo dormiríamos juntas todos esos días. Como yo, había en ese cuarto otras 20 chicas con sus guardianas, procedentes de diferentes estados y países.

Pasada la emoción inicial vino el hambre voraz, por lo que después de hacer fila para recibir la cena en la cocina del Caracol, nos fue entregado un plato de plástico en dónde pasábamos a recibir una ración de frijoles negros de la olla, tres tortillas y un café negro suave y dulce. No había sillas, por lo que lo único que pude hacer, en medio de mi confusión fue observar y seguir a mi guardiana entre el lodo y la oscuridad. La vi comer con tortillas, beber del plato y tomar frijoles con las manos, por lo que procedí a hacer lo propio. Quizá ese sería mi primer shock: al día 5 manejaba a la perfección el arte de comer con las manos. Fue también en ese momento cuando conocí la cara de Marisela; tuvo que quitarse el pasamontañas para poder comer. Marisela es una mujer bajita, de piel morena, ojos pequeños y rasgados, paño y pecas, largo pelo oscuro, ataviada en un vestido (de color distinto según el día) con listones en la falda y volados de colores en el cuello y pinzas a los hombros: vestidos Tzeltales.

Al día siguiente fui la primera en despertar y asomarse por la pequeña ventana de nuestro cuarto. Me sorprendí con lo que vi y que en la oscuridad y el cansancio de la noche anterior no se adivinaba: allá, al fondo, se descubrían montañas enormes tapizadas de muchos tonos de verde: comprendí que estaba en la Selva Lacandona... lejísimos de casa.

Vista desde el cuarto del Caracol


Desayunamos lo que es básico en estas comunidades: frijoles, tortillas y suave y dulce café (al igual que la noche anterior). El café se endulza mediante hervir caña con agua y posteriormente agregan el café que ellos mismos cosechan en sus cafetales. Los frijoles y el maíz vienen también de sus milpas. Son, lo que se dice, autosuficientes. Tuvimos entonces una plenaria larga de bienvenidas por parte de las autoridades de la JBG. Todos y cada uno de ellos indígenas, esto se adivina en su forma tan peculiar de hablar español. Hubo, además, una sesión de preguntas y respuestas, donde aceptaron muchas de las fallas y carencias del autogobierno, cosa que la verdad, agradecí: su sinceridad en detectar sus errores. En pocos sistemas se hace eso. Hicimos un pequeño receso para el almuerzo: pozol, la bebida refrescante y nutritiva por excelencia en esta zona. El pozol es masa de maíz nixtamalizado batido en agua y es bebido al medio día o transportado en sus viajes a pie o a la milpa. Lo acompañan con probaditas de sal o sal con chile: beben pozol y se meten el dedo salado a la boca. 

Terminado el almuerzo nos fue anunciada la verdadera naturaleza de la Escuelita: seríamos enviados a las comunidades de nuestros guardianes. No me quedaba claro y algunas instrucciones eran dadas en lenguas indígenas que se hablan en La Realidad: Tzeltal, Tojolobal, Chol y Tzotzil. Marisela entonces me explicó que seríamos (ella y yo) colocados en la casa de una familia tzeltal en su comunidad llamada “Miguel Hidalgo” perteneciente al MAREZ “Libertad de Los Pueblos Mayas”. 85 alumnos viajaríamos en ese momento a conocer a nuestra familia anfitriona.

-A ver compañeros, en ese camión caben 60.

Vista desde el camión de volteo
Y ahí iban, los 60 en un camión de carga. Luego otros 5 camiones, pero éstos de volteo. En los de volteo sólo cabíamos 30. Y ahí íbamos. Hombres, mujeres (muchas de ellas eran guardianas con bebés que reposaban en los rebozos a sus espaldas). Cómo lograron subir, bajar y sobrevivir al traqueteo de un viaje así, con bebé cargando, es uno de los grandes misterios que me quedarán toda la vida. Es un viaje pesadísimo: 2 horas en camión de volteo más otras 2 horas en el Río Jataté para finalmente llegar a Miguel Hidalgo. Cuando Marisela vio mi cara de dolor en uno de esos golpes que me di en el camión me dijo atinadamente “uy, y nosotros esto lo caminamos. Por eso trajeron camiones, ustedes no hubieran aguantado”. Inmediatamente entendí: la realidad para ellos es una muy distinta a la que vivimos nosotros. En ese viaje accidentado en medio de montañas y de una carretera de tierra  zigzagueante y de un sólo carril, viendo a ratos el precipicio allí al fondo, vi los paisajes más hermosos que se puedan ver en este país. Árboles enormes que llevan ahí cientos de años y las ceibas más poderosas y grandes que he visto en mi vida. Todo era verde y la lluvia fría mojaba nuestras caras. Algunos se las ingeniaban para tomar fotos entre tanto traqueteo porque los paisajes son de esos que quitan el aliento. Nos aferrábamos a las paredes del
camión para golpearnos lo menos posible mientras pasamos por diversas poblaciones no zapatistas que nos dirigían miradas curiosas y reprobadoras. En la rivera del Río Euseba permanece impasible una vieja construcción abandonada que ostenta aún despintados letreros de “Solidaridad” (el programa social salinista). Fue una de las sensaciones más extrañas; como viajar en el tiempo, un tiempo que me resulta borroso porque en el 94 yo tenía sólo 7 años. Pasamos, también, sigilosos por la  cuarta zona militar más grande de Chiapas: San Quintín, establecida estratégicamente por su proximidad a las cañadas zapatistas tras el levantamiento del EZLN el 1 de Enero de 1994. Aún hoy, tanto milicos como zapatistas guardan las distancias. Sin embargo, es diferente con pueblos NO zapatistas aledaños: el acoso va desde el robo de tierras, hasta detenerlos por horas con clavos en el camino con la amenaza de no dejarlos pasar.
Río Jataté.
Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones.
En esta travesía comprendí los retrasos del primer viaje al Caracol con los zapatistas: por seguridad y por compañerismo, todos esperan a todos. Nos fuimos juntos y llegamos juntos. Si algún compañero se sentía mal (cosa que sucedió varias veces) todos nos deteníamos a esperar a que se recompusiera (a pesar del cansancio de todos los demás).

Llegamos a Miguel Hidalgo, finalmente, a la noche y después de varios viajes de lancha, ya que éramos demasiados para una sola ronda. Los últimos en llegar fueron los hombres, por ahí de la media noche.


 En la rivera del río nos esperaban las familias que nos recibirían en sus hogares; cuando me di cuenta, el compa Ranye (jefe de mi familia) traía ya cargando mi pesada mochila y me tomaba de la mano para que no cayera en el lodo (caí varias veces, invariablemente). “Hocolawal” atiné a decir en la oscuridad pero con voz segura, no una sino varias veces en medio de un montón de risas. Era mi primer día allí y los sorprendí diciendo “gracias” en tzeltal. En la comunidad nos esperaban con fiesta, pero dado que ya era demasiado tarde y no hay electricidad, este recibimiento tuvo que esperar al día siguiente. Caminamos unos minutos y todos los alumnos nos dispersamos con las familias anfitrionas. Llegué entonces a casa del compa Ranye y su familia; conocí a Gloria, su mujer. Sus caras esa noche me resultan borrosas debido a la oscuridad. Recuerdo el leve fulgor del fogón en la cocina y el de una rudimentaria lámpara de petróleo instalada en la mesa. Sus casas son muy sencillas, normalmente constituidas por 2 cuartos únicamente; la cocina y la habitación principal, que es donde duerme la familia en camas que son tablas sobre 4 palos. Son construcciones de tablas de madera, techos de palma y pisos de tierra aplanada. Se complementan con graneros y casas para los pollos y gallinas; una regadera al aire libre conformada por tablas y una manguera sostenida por palos; y un pequeño cuarto para la letrina, que muchas veces es un simple hoyo en el piso (atinarle es toda una experiencia para nosotros “los de ciudad”, créame). En Miguel Hidalgo, hace apenas un año que tienen agua. Entre toda la comunidad cooperaron para un tanque que provee agua de un arroyo; a su vez, cada familia instaló mangueras subterráneas. Ahora ya pueden lavar sus trastes y bañarse  en sus patios con la Selva Lacandona de paisaje de fondo (¿podrá el lector pensar en una regadera más lujosa que esa?).  No se piense que antes no se bañaban: diario lo hacen, sólo que antes lo hacían directamente en el arroyo.

Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones.

Pasé 2 días viviendo completamente distinto a como vivo en Pachuca. Al principio me rondó una idea en la cabeza: "viven mal". “¿Por qué no tienen luz, Marisela?” “Porque estamos en resistencia”, me contestó. Y entonces comprendí el concepto de ‘Dignidad Rebelde’, porque aceptar luz y programas sociales significa también aceptar muchas otras cosas. Cuentan, no sin pena, que hace muchos años aún había cedros y caobas a la orilla del Jataté. Un día, unos extraños llegaron, cortaron los grandes árboles y los dejaron caer para recogerlos río abajo. Desde entonces, no hay cedros y caobas cerca...

Las tierras fueron una demanda del EZLN desde el principio, ya que es imposible ejercer autonomía sin territorio, tierras que de no haber sido reclamadas y trabajadas por ellos, quizá no sufrirían ya de hacendados, sino del despojo para construir carreteras o complejos turísticos o desarrollos comerciales, siempre vendidas al mejor postor como ha sucedido y sucede en tantas partes del país. Estos indígenas tzeltales, tojolobales, chol, mames, tzotziles, se organizaron en la “Clandestinidad” (etapa muy importante para ellos en su historia) y dejaron a aquellos hacendados y finqueros que los explotaran. Hoy no permiten que nadie explote el lugar donde viven para hacer quién sabe qué cosa; viven justo con lo que les provee la tierra y con lo que cada uno decide trabajar. Porque hace 30 años algunos indígenas, hartos de la situación, se dieron cuenta que matarse trabajando para que alguien más se hiciera rico no era forma de vivir.

-¿Comen pescado?- pregunté a Marisela.
-Si queremos comer pescado, vamos al río a pescar pescado.

Los hombres salen a la milpa muy de madrugada. Cosechan maíz, frijol, café. Comen caldo de pollo gracias
a los pollos que crían ellos mismos y el día que lo hacen es porque hay un cumpleaños o una ocasión especial.. A veces caldo de tuzo (que es un roedor de maíz); a veces hierbas hervidas o crudas que yo
Tortillas hechas a mano
jamás había visto y cuyos sabores me sorprendieron; mucha fruta y verdura. Los hombres regresan a casa al medio día. Y entonces pueden ayudar a las mujeres en el hogar o  en el cuidado de los niños. Lo supe porque vi al Compa Ranye jugar con sus hijos todas esas tardes. Su actividad termina en cuanto el sol se pone, entonces los niños van a dormir y los adultos se quedan a la luz del fogón platicando sobre su día y las cosas que harán al día siguiente...Tras los días de conocerlos y de reflexionar, comprendí; no es que vivan mal o miserables, es que no viven como uno y somos incapaces de entender eso. En nuestra mentalidad “de ciudad”, es que viven mal porque no viven como nosotros y nuestras comodidades. Hoy viven más sanos y fuertes; gracias al autogobierno se ayudan en colectividad, hay promotores de salud en cada comunidad (y en casos más delicados, son enviados a las unidades médicas de los caracoles que están mejor equipados); la violencia ha disminuido y más allá de que lo diga La Jornada o yo, lo dicen ellas mismas, las mujeres zapatistas: “es que antes sí nos pegaban, pero ahora hay más justicia, ahora yo sé que si me preparo puedo tener un cargo”, dijo Zenaida, otra guardiana. Tienen un banco y un sistema educativo que, admiten, está apenas en formación. Quieren proveer de más y mejor educación a su gente.

La historia de esta comunidad yace en las bocas de aquellos que la fundaron. Un par de zapatistas que primero se establecieron en alguna montaña de la selva y que tras un par de años comprendieron que vivirían mejor en un lugar más llano. Entonces se prepararon con antelación, sin llevar a sus familias a sabiendas de que no sobrevivirían, limpiaron y se establecieron. Una vez que la cosa andaba (sus milpas, sus caminos y sus cosechas) traerían a su familia. Miguel Hidalgo sería fundada en diciembre de 1994.

Creo que su poca exposición a medios masivos (dado que no tienen TV) moldea sus relaciones. Son muy distintas a las nuestras. No ven el blanco-negro de lo que está bien o está mal. Sus relaciones de amor, por ejemplo, son muy sencillas. El hecho de que no esté permitido beber alcohol, entre otras cosas, hace que vivan con mucha paz: los niños juegan afuera. No sé explicarlo, pero no vi morbo. Las mujeres amamantan en público sin problemas y es posible bañarse desnudo en el arroyo sin miradas o chiflidos. Gracias a la Clandestinidad y la colectividad subsiste un valor increíble: el compañerismo.

Escuela Autónoma
Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones.
Disfrutan, además, de cielos bellísimos. Hace muchos años que yo no veía luciérnagas (una de las cosas que sí vi de niña, pero que con el crecimiento industrial de la zona Tula-Tepeji desaparecieron). Una noche, después de lavar los platos, me quedé pasmada al mirar hacia el cielo. Los días anteriores habían estado nublados, pero ese día no, el cielo estaba claro. Marisela me preguntó qué me pasaba y no pude responder. Cuando me di cuenta, estaba llorando. Quizá nunca en la vida había visto un cielo tan hermoso como ése: el cielo se veía redondo como una bóveda, las estrellas y las constelaciones eran claras (¡se veía Venus!). Esos cielos sólo se ven en las revistas y en las fotos del Huble. Ésa es la clase de cosas  que nos perdemos en nuestras cómodas ciudades “modernas”. Y de nuevo, no es que una cosa esté mal y la otra bien: es que simplemente vivimos distinto.

Así pasé mis días: viviendo como ellos. Con frijoles, tortilla, pozol, naranjas, limas, toronjas, hierbas, café (suave y dulce, dulce y suave…). Observando a Diego, Lucinda, Pancho, Emmanuel y Jesús, los hijos de Gloria y Ranye, jugar y jamás pelearse, vaya uno a saber por qué… La vida plena y tranquila de la autonomía y la Selva.

Tuvimos una suerte de fiesta todos los días. Nos reuníamos en la plaza principal de la comunidad en punto de las 4.30 de la tarde, una vez terminadas nuestras actividades. Cantábamos, bailábamos, jugábamos. El día que partimos organizaron una última reunión temprano por la mañana, justo antes de nuestra larga travesía de
Plaza principal, Miguel Hidalgo. Libertad de los Pueblos Mayas.
Foto: Nicolás Tapia. Cortesía de Agencia Subversiones.
regresp al caracol. Cantamos el Himno Nacional Mexicano, seguido del Himno Zapatista, entonces, los miembros más grandes de la comunidad nos dedicaron algunas palabras: disculpas por sus humildes casas, su humilde forma de comer y su precario español. Entonces sentí como lloraba y escuché como lloraban algunos otros detrás mío: los íbamos a extrañar, porque nos conmovió todo lo que hicieron para mostrarnos su mundo; compartir de su comida y sus historias y desvivirse en atenciones para que no resintiéramos el súbito golpe del cambio de vida y... ¿De qué se van a disculpar? si disfrutamos y vivimos como ellos, si nosotros aceptamos humildes conocerlos a ellos: conocer el zapatismo de libertad y dignidad cara a cara, si disfrutamos de las maravillas que provee la selva en las cañadas tzeltales. Ésta, más que una experiencia política, fue una experiencia humana. 

Sí, hubo también cosas que no me gustaron, experiencias de otros alumnos que me dejaron pensando: aún hay violencia y crímenes, el discurso a veces está muy masticado gracias a una suerte de adoctrinamiento (tan común en tantos, si no es que en todos los sistemas), esporádicamente hay intolerancia a lo que “no sea zapatista”, cosa que también es completamente humana, no comprender lo que no es como uno...

Algunos pretenden denostar lo que sucede en el viejo y simplista discurso de que “Marcos es el zapatismo”, la “ezetaelemanía” y el “zapaturismo” para referirse la curiosidad y fascinación que causa en el mundo entero lo que sucede en Chiapas. Me bastaron 5 días para comprender que ni el EZLN ni el zapatismo son el “Sup”, que en el fondo de la selva y los MAREZ, sí, es personaje admirado y parte de su historia… pero lo que ellos han logrado en 20 años (sin contar los años de la Clandestinidad) a nivel organizativo, democrático, social, político, de derechos humanos, de autonomía, de desarrollo, de representatividad, de horizontalidad, de colectividad… lo hicieron ellos, es mérito sólo de ellos.

Visto a la distancia, prefiero quedarme con las buenas cosas: con la idea de que sí, que en este mundo caben muchos mundos. Que yo no me convertiré en indígena e iré a vivir a la selva Lacandona ni ellos vendrán a Pachuca a vivir como yo. Insistimos en creer que ellos viven mal y nosotros bien, vemos carencias donde ellos ven su realidad, creemos que “sobreviven” sin comprender que simplemente viven distinto. Una realidad donde no se inserta a nadie a la fuerza en lo que creemos está “bien” (como nuestra modernidad y nuestra vida de ciudad), sino simplemente eso: un mundo donde quepan muchos mundos. Aceptarnos distintos; porque ellos son ellos y nosotros somos nosotros. Ellos han elegido esta forma de vida y allí radica su dignidad: en que eligieron libremente su la vida que viven, se asumen indígenas y presentan orgullosos quienes son. Los zapatistas sueñan con que ambos podemos aprender a vivir juntos, aprendiendo a vivir del otro para vivir mejor, respetando y cuidando el mundo que nos rodea.  Así salí de La Realidad de regreso a la ciudad, convencida de que puedo vivir mi vida mejor de lo que la vivo ahora, que Marisela y la familia aprendieron un poco de mí y que yo aprendí un montón de ellos.

No me cabe ninguna duda: la Escuelita sentará un precedente para entender, con las pocas herramientas que nos da nuestro cerrado pensamiento “occidental”, lo que sucede en las comunidades zapatistas, su forma de vida y organización, bajo una cosmovisión como la de pueblos mayas actuales, con toda la complejidad de los cambios que trajo la conquista y aquello que permanece de la época prehispánica. 

¡Larga vida al Zapatismo! ¡Viva la concepción de un mundo donde quepan muchos mundos! ¡Que vivan todos los sueños zapatistas! ¡Que seamos todos los que nos apropiemos de esas utopías y que soñemos con un país como aquel con el que sueñan ellos!


Les dejo el corrido que compusieron y cantaron el último día en el Caracol, un día de fiesta y mucha alegría. 




4 comentarios:

  1. Gracias por compartir tan valiente experiencia. Creo en un pensamiento que tuve hace algun tiempo y te lo comparto -no se que tan equivocado esté- pero al leer tu crónica me da la idea de que ellos -las personas que han decidido vivir su vida dignamente- a su vez están sanando esa herida cultural que adquirímos al ser conquistados,siendo autosuficientes, levantando dignamente la frente para ver a sus diferentes.

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  2. Todas tus letras están llenas de razón, no concibo mejor forma de contar una historia tan grande como la que vivimos. Yo estuve en Oventik, y mi corazón se quedó allá. A. Mancilla. DF

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  3. yo quiero ir en Abril, ahora estoy mucho más entusiasmado! vamos a hippiarle haha

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